¿POR QUÉ
RECHAZAMOS EL CASTIGO VIOLENTO?
Ejercer violencia
hacia niños y niñas, sea esta física o psicológica, como forma de
disciplinarlos o con cualquier otro fin, representa una grave violación a sus
derechos. La única aparente «ventaja» de utilizar métodos violentos para que el
niño nos haga caso —como pegarle, tirarle del pelo o las orejas, gritarle,
insultarlo, asustarlo o amenazarlo— es que se consigue obediencia inmediata…,
pero de corto efecto y siempre con consecuencias emocionales muy negativas para
él o ella.
Ser agredido por
alguien a quien se ama produce fuertes y complejas emociones, tales como miedo,
tristeza, resentimiento, rabia, impotencia y desamparo, siempre afecta la
autoestima y la confianza en uno mismo y en los demás.
Cuando el niño se
cría en un vínculo de dominación y autoritarismo no le resulta fácil salir de
él. Lo más probable es que cuando sea mayor se transforme en un ser autoritario
o, por el contrario, que sea una persona sometida durante toda la vida,
aprenderá que los problemas deben enfrentarse con violencia y aplicará esta Enseñanza
en todos los ámbitos de su vida.
La violencia
física o psicológica no enseña a portarse bien, sino a evitar el castigo. Por ese
camino, los niños solo aprenden qué tienen que hacer para no enojar al
castigador. Esto los aleja de la reflexión sobre lo que está bien y lo que está
mal y no incorporan criterios ni principios que los orienten en la vida.
Si a los niños les
ponemos límites de manera saludable, los ayudamos a fortalecer el control de
sus impulsos, a aprender a actuar de acuerdo con su voluntad y pensamiento, y
no por imposición ajena o por miedo.